Dei Verbum

La revelación como Palabra de Dios

1. La Revelación como Palabra de Dios (DV 1-5)

La Constitución dogmática sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, dedica sus primeros cinco números al tema de la revelación como Palabra de Dios.

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Hoy en día Dios sigue hablando a su Iglesia para abrirle los tesoros escondidos de la revelación
y encaminarla hacia el sentido cada vez más profundo de la verdad revelada

En la larga historia de la revelación de Dios al hombre, el vehículo privilegiado con el que se dirige al pueblo y a cada uno es el de la «palabra». Por lo tanto, decir que Dios usa la «Palabra» equivale a afirmar que Dios habla. En la historia bíblica está presente el coloquio permanente entre Dios y los hombres a la luz de una promesa. Una historia que es una preparación de la revelación que encontrará su culmen en Jesús de Nazaret. El Hijo de Dios realiza la promesa y revela el verdadero rostro de Dios como un Padre que ama.

Hoy en día Dios sigue hablando a su Iglesia para abrirle los tesoros escondidos de la revelación y encaminarla hacia el sentido cada vez más profundo de la verdad revelada.

La «Palabra» sirve a Dios para «revelarse», revelación como iniciativa gratuita de Dios que entra en relación con el hombre. La revelación consiste en el «hablar» de Dios con los hombres como si fueran verdaderos «amigos» que se conocen desde hace tiempo y con los que se comparte también mucho tiempo. Porque la revelación busca compartir la vida de Dios.

Ante la expresión «Palabra de Dios», el concilio no entiende un «hablar» genérico del Padre, sino que da testimonio del acontecimiento definitivo de su intervención en la historia: el misterio de la encarnación del Hijo. Él es la Palabra pronunciada desde siempre que ahora se hace también visible. La revelación asume por tanto la característica de un verdadero coloquio que Dios realiza con los hombres a través de Jesucristo, Palabra hecha carne.

Cuando se habla de la revelación, ¿cuáles son las fuentes para conocer que Dios se ha revelado de verdad? La Dei Verbum no renuncia a este interrogante. La Sagrada Escritura y la Tradición son la única Palabra de Dios transmitida de formas diferentes. La gran y justa preocupación de la Dei Verbum es la de resaltar el carácter vivo de la «Palabra de Dios» que compromete la fe de la Iglesia y de los creyentes.

Cuando Dios habla, la primera respuesta que pide es el silencio de la escucha. La Dei Verbum, desde sus primeras palabras, permite descubrir el valor del silencio como condición necesaria para que la «palabra» tenga su valor y alcance su significado. Para descubrir la riqueza contenida en los textos sagrados, es fundamental el silencio que contienen porque abren horizontes inesperados bajo la acción del Espíritu Santo.

La obediencia es la otra cara de la escucha. En resumen, con la fe, el creyente se abandona en Dios plenamente, con todo su ser, y cree que la Palabra que le es dirigida proviene verdaderamente de Dios para salvarlo.

Revelando el misterio de la propia existencia personal, Dios abre a la vida de comunión con él. Esta es la verdad profunda de la revelación. Solo quien tiene familiaridad con la Palabra de Dios puede convertirse en anunciante veraz y creíble. Esta comunión de vida es la condición fundamental exigida a la Iglesia en su relación con Dios y a todos los creyentes en Cristo.

La revelación, por tanto, es la Palabra de Dios dirigida a la Iglesia que en el silencio de la escucha debe crear unas condiciones de respuesta coherente a la propuesta que se le presenta. Cuando Cristo habla con su esposa la Iglesia, espera de ella la reacción adecuada para ser en el mundo « signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).

Se pueden esquematizar brevemente tres propuestas que realiza la Iglesia con la Palabra de Dios: narrar, evocar y transformar.

La primera consiste en narrar. La Palabra de Dios cuenta las distintas circunstancias que constituyen el acontecimiento de la salvación. El valor narrativo de la Palabra no impide ver en ella su forma normativa para la vida de la Iglesia.

Un segundo elemento consiste en evocar. Esto es característico del lenguaje litúrgico cuando la Iglesia se encuentra ante el misterio y comprende el límite de las propias palabras y la imposibilidad de poder decir todo. Lo que se dice es mucho más. En el contexto litúrgico, la Palabra de Dios, que es proclamada de manera eficaz, evoca la exigencia de una escucha siempre nueva.

Una última reacción se expresa en la transformación. La Palabra de Dios es un lenguaje performativo. Es una Palabra que crea y transforma, y además involucra al creyente cuando la escucha, porque se siente llamado a convertirse en discípulo de Cristo. La llamada a ser testigos veraces de la Palabra de Dios compromete a la Iglesia para que sea fiel a su Señor y viva de manera coherente con su llamada y también a cada creyente, que debe ser signo visible y tangible del amor de Dios que transforma la existencia.

La Dei Verbum, al presentar el gran tema de la Palabra de Dios, se convierte asimismo en una provocación para reflexionar sobre la propia misión de la Iglesia y del creyente: la evangelización, una clara impronta misionera que provoca en los creyentes una doble reflexión.

Por un lado, su invitación a tomar en serio el valor de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. El «Domingo de la Palabra de Dios», instituido por el papa Francisco es realmente una respuesta a la solicitud de la Dei Verbum. Esta Palabra ha de difundirse entre las personas, los pueblos, las calles de nuestras ciudades, entrar en nuestras casas y encontrar allí el espacio de escucha y acogida para que traiga la salvación.

Y por otro, la Dei Verbum plantea un nexo entre la Palabra de Dios y la verdad. En esta acción misionera no hay distinción alguna, todos son llamados a ser ministros de la Palabra y sus servidores en virtud del bautismo recibido. Si la misión de la Iglesia prescindiese de la cuestión de la verdad, entonces su propuesta de fe no podría ser original.

Por eso, resulta imprescindible que la Palabra de Dios alimente la vida de los creyentes para que su testimonio permanezca como forma visible de la vocación de transformar el mundo.