Sacrosanctum Concilium
El domingo, un regalo de Dios a su pueblo
1. La Liturgia en el misterio de la Iglesia (SC 1-2. 7-13), de Arturo Elberti.
2. La Sagrada Escritura en la liturgia (SC 24 y 35), de Maurizio Compiani.
3. Vivir la liturgia en la parroquia (SC 40-46), de Samuele Ugo Riva.
4. El misterio eucarístico (SC 47-58), de Fulvia Maria Sieni.
5. La Liturgia de las Horas (SC 83-101), de Edward McNamara.
6. Los sacramentos (SC 59-81), de Dominik Jurczak.
7. El domingo, un regalo de Dios a su pueblo (SC 102-106), de Giuseppe Midili.
8. Los tiempos fuertes del año litúrgico (SC 102, 109–111), de Maurizio Barba.
9. Música y liturgia (SC 112-121), de Marco Frisina.
7. El domingo, un regalo de Dios a su pueblo (SC 102-106)
En la Constitución dedicada a la liturgia, Sacrosanctum Concilium, los padres conciliares ilustran la relación entre la Eucaristía y el Día del Señor.
Presentar el domingo como un regalo remite a la celebración de la Eucaristía: el momento en el que Cristo se ofrece y da este acto de amor a la humanidad entera
El tema del domingo ha ocupado un lugar especialmente destacado tanto en los años del movimiento litúrgico como en las sesiones del Vaticano II. De ello trata el tercer capítulo de Sacrosanctum Concilium, que hace un repaso de los temas relacionados con el domingo e ilustra la relación entre la Eucaristía y el Día del Señor.
El domingo, es un regalo que Dios hace a su pueblo. Presentar este día como un regalo remite a la celebración de la Eucaristía: el momento en el que Cristo se ofrece y da este acto de amor a la humanidad entera. En el centro de la acción litúrgica, está el pueblo de Dios que recibe los sacramentos en la oración y en la acción de gracias. La Misa constituye el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia universal, para la Iglesia local y para cada uno de los fieles. La unidad de éstos, se manifiesta a través de la comunión con el Cuerpo de Cristo en la santa misa. A imagen y semejanza del domingo, cada día, la Iglesia se reúne para celebrar la Eucaristía.
Ocurre lo mismo en la tradición judía. La celebración de la Eucaristía se convierte en evento característico del primer día después del sábado. El hombre también mediante la escucha de la Palabra, las ceremonias y las oraciones, celebra el misterio pascual.
La participación en la Eucaristía no consiste en la mera asistencia, con actitud de espectador. Tampoco en la escucha pasiva e indiferente. Debe ser la misma experiencia de fervor que caracterizó el encuentro de los discípulos en Emaús. Debe suscitar en el corazón el deseo de ayudar a nuestros hermanos.
Para concluir, la reflexión pastoral sobre la celebración del Día del Señor es muy amplia y son muchas las preguntas abiertas. En los próximos años se celebrará el aniversario de Sacrosanctum Concilium que como decíamos al comienzo, marcó el inicio de esta reforma litúrgica. Estos años de aplicación de las perspectivas conciliares han estado marcados por la renovación de la pastoral, de la praxis y del estilo celebrativo. A partir de ahora, se constatará que aún queda camino por recorrer y que, pese a adoptar nuevos libros litúrgicos y modificar algunos rasgos del lenguaje, no siempre no ha cambiado la mentalidad.
El deseo de comunión de todas las personas podría ser la mejor forma de formular propuestas en las que la asamblea dominical vuelva a ser el centro de la experiencia de la vida cristiana, la fuente de la caridad y la oportunidad de tejer relaciones interpersonales profundas.
El diálogo abierto será la clave para que los pastores y los fieles puedan entender el profundo cambio social y cultural que acompaña a esta sociedad.
Además de la cuestión en torno al domingo, en la renovación impulsada por la Sacrosanctum Concilium tuvo un lugar especial la renovación del calendario litúrgico. El calendario promulgado tras el concilio de Trento ya sufrió muchas reformas. Las más destacadas, tenían como objetivo que las fiestas de los santos no eclipsasen al domingo y a las celebraciones del misterio de Cristo.
El año litúrgico se vive como una celebración de la vida por lo que el tema central es la conmemoración del misterio de Cristo por el cual se produce nuestra salvación, que, actualizamos en cada Eucaristía. En torno a él están las grandes celebraciones cristianas de la pasión, la muerte, la resurrección y culmina en la Ascensión.
Sacrosanctum Concilium sitúa a las celebraciones marianas y a los santos junto a la celebración anual de los misterios de Cristo. La constitución reafirma la preeminencia del culto a María sobre el de los santos y lo justifica a la luz del vínculo que existe entre ella y Cristo. Todo el culto que se rinde a María, por tanto, debe entenderse a la luz del papel que Ella ocupa en el misterio de Cristo. Una relación que también se expresa en la constitución Lumen gentium.
El culto a los santos ocupa también un lugar importante en esta constitución. Ellos son quienes, con la ayuda de la gracia, han alcanzado la salvación eterna; habiendo sufrido con Cristo, son glorificados con Él y ahora en el cielo alaban a Dios e interceden por todos nosotros.
Esta relación de la gloria de los santos con la de Cristo está inscrita en el estatuto del año litúrgico, y encuentra precisamente en el domingo como día del Señor, su expresión más elocuente.
También las celebraciones de piedad popular acompañan a los fieles en la celebración litúrgica de los domingos. Esta aclaración sobre la piedad popular provocó la desestimación de algunos hacia formas de oración muy queridas por los fieles que se habían desarrollado a lo largo de los años para sustituir a la liturgia. En el período inmediatamente posterior al concilio, se puso en marcha un camino de deconstrucción de las prácticas piadosas.