Sacrosanctum Concilium

Los tiempos fuertes del año litúrgico

8. Los tiempos fuertes del año litúrgico (SC 102, 109–111)

En la Constitución dedicada a la liturgia, Sacrosanctum Concilium, los padres conciliares recorren los tiempos de Año Litúrgico.

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Durante el año litúrgico, la Iglesia conmemora los distintos misterios de la redención 
que encuentran su fuente y su cumplimiento en la Pascua

El tiempo es el medio a través del cual el creyente entra en contacto con lo Eterno. Toda la existencia terrena con los años, meses, días y horas constituye el instrumento, el trámite a través del cual Dios busca al hombre, se hace oír, le habla y se da a él para establecer una relación de amistad y alianza eterna.

El año litúrgico no es el recuerdo del pasado, sino la participación en la historia de Jesús mediante la comunión con el Resucitado a lo largo de los tiempos. Los eventos que la Iglesia celebra cada año se hacen nuevos, se renuevan en el corazón de los creyentes. Por eso, la repetición en la celebración de los mismos acontecimientos salvíficos de Cristo no ha de ser percibida como una monotonía, casi como un eterno regreso a los mismos acontecimientos, sino como una apertura progresiva, cada vez más amplia, hacia el infinito eterno de Dios.

El momento fundamental de la historia de la humanidad en el que todo cambió es el misterio pascual de Cristo, es decir, el acontecimiento de su pasión, muerte y resurrección. En efecto, esa mañana en la que un hombre salió vivo del sepulcro no para volver a morir, sino para vivir eternamente. Desde ese instante, la muerte dejó de ser la palabra definitiva sobre el destino humano para empezar a ser el inicio de una nueva existencia, una nueva vida, la verdadera y duradera, inaugurada por Jesús de Nazaret, el Verbo encarnado.

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha ido madurando su conciencia sobre el valor fundamental del misterio pascual de Cristo para ponerlo en el centro de la experiencia de la fe y la celebración de los creyentes en lo que llama el año litúrgico. Durante el año litúrgico, la Iglesia conmemora los distintos misterios de la redención que encuentran su fuente y su cumplimiento en la Pascua.

Nos centraremos fundamentalmente en los dos grandes tiempos de celebración de la Iglesia, que son la Pascua y la Navidad, y en los dos grandes tiempos que los preparan: la Cuaresma y el adviento.

Empezamos por la Cuaresma. La Cuaresma es el tiempo del año litúrgico que va del Miércoles de Ceniza hasta el jueves de la Semana Santa, cuya duración es simbólicamente de cuarenta días. Los elementos principales que sostienen el camino cuaresmal de la Iglesia, son: el bautismo (con su recuerdo o con su preparación), la penitencia, la escucha asidua de la Palabra de Dios y la oración.

Toda la Iglesia se recoge en oración, bajo la guía de la Palabra de Dios, para alcanzar a Cristo en su misterio de pasión, muerte y resurrección mediante un compromiso ascético de constante conversión, convirtiéndose así en escuela vital de purificación e iluminación, según la enseñanza del Señor: «Convertíos y creed en el Evangelio»

La Cuaresma tiene como fin preparar la Pascua, es decir, conducir a la celebración del misterio pascual. Por un lado a quienes se preparan para ser cristianos, los catecúmenos que recibirán los sacramentos de iniciación cristiana durante la vigilia pascual. Por otro lado, también a quienes, siendo ya cristianos, renuevan su adhesión al Señor mediante el recuerdo del bautismo y el compromiso de conversión a través de la penitencia.

La Cuaresma finaliza con la celebración del misterio pascual en tres días.

En el Jueves Santo la tradición sitúa la misa in cœna Domini que pretende recordar lo que hizo Jesús antes de vivir su pasión y muerte. En ella es importante y elocuente el rito del lavatorio de los pies, que significa que sin la caridad todo sacramento pierde su sentido y eficacia. Esta celebración recuerda la institución del sacerdocio, la institución de la eucaristía y el mandamiento del amor. Al final de la misa, la liturgia del Jueves Santo va seguida de la adoración eucarística.

En el Viernes Santo la Iglesia celebra la pasión y muerte victoriosa del Señor. En el centro de la liturgia del Viernes Santo está la proclamación de la Palabra de Dios que propone tres temas de profundo contenido: el Siervo sufriente; Jesús es el verdadero sacerdote; y el relato de la pasión. En esta celebración, en lugar de la liturgia eucarística se hace la adoración de la cruz.

En la Vigilia Pascual se celebra la resurrección de Jesucristo. Él vence el pecado. El vence la muerte. Esta celebración tiene lugar en cuatro momentos: la liturgia de la luz, que vence la oscuridad; la liturgia de la palabra; la liturgia bautismal y  la liturgia eucarística.

Esta celebración del triduo pascual da paso al tiempo de Pascua. Porque el misterio pascual no solo se celebraba en los tres días del Triduo, sino también en las siete semanas siguientes, desde el Domingo de Resurrección al Domingo de Pentecostés.

Adviento El tiempo de Adviento es el periodo del año litúrgico que engloba los cuatro domingos que preceden a la celebración de la Navidad. Es un tiempo de preparación a la solemnidad del nacimiento del Señor y, al mismo tiempo, a la espera de la segunda venida de Cristo.

Vigilancia y espera son pues características del Adviento y exigen la virtud de la esperanza: una esperanza fuerte y paciente; una esperanza que acepta la hora de la prueba, la persecución y la lentitud del desarrollo del Reino; una esperanza que se abandona en el Señor que libera de las impaciencias subjetivas y los frenesís del futuro programado por el hombre.

La Navidad es la celebración del nacimiento de Jesús. Quien nos salva en la cruz nace de María Virgen. El tiempo de Navidad gira en torno a dos grandes fiestas principales: la Navidad y la Epifanía: el misterio de la encarnación y su manifestación como salvador para todos los pueblos.

En el tiempo de Navidad, la comunidad cristiana vuelve a evocar y actualiza a través de los ritos y las oraciones de la liturgia la plena y definitiva «manifestación» de Dios en su Hijo, Jesucristo, luz del mundo. Es significativo que tanto la liturgia de Navidad como de Epifanía se centran en la luz, entendida como iluminación que hace pasar de la noche al día, de las tinieblas del pecado al esplendor de la gracia divina, pero también como principio de vida nueva. En el misterio de Navidad, el Hijo de Dios, asumiendo la naturaleza humana, es como una luz que revela el rostro de Dios y abre un camino de acceso a la salvación.