Gaudium et spes

El diálogo como instrumento

9. El diálogo como instrumento (GS 83-93)

En la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, los padres sinodales hablan del diálogo y de la fraternidad entre los pueblos.

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Las nuevas normas o las nuevas reglas tienen que pensarse con prudencia y equidad, con una adecuada 
escucha de todas las partes interesadas, sobre todo los que serán las primeras víctimas de sus efectos

En los tiempos del Concilio Vaticano II y de la discusión de la Gaudium et spes, el mundo estaba en pleno cambio de época también, y no en una simple «época de cambio». Actualmente, después de la pandemia, con un conflicto en el corazón de Europa, con una tercera guerra mundial “a trozos”, se puede ver un cambio de época tan complejo y abrumador como el de hace sesenta años, y tal vez aún más dramático. La legítima aspiración al progreso de los pueblos se pone en riesgo por la desigualdad que deja fuera a algunas comunidades de este camino de crecimiento. La historia de los últimos años y la crónica de los últimos meses han hecho que empezara la crisis de la fe en el progreso. En lugar de una inconsistente y utópica fe en el progreso, que la misma historia ha querido poner en crisis, el cristiano está llamado a poner en el centro a la esperanza, la verdadera esperanza cristiana que supera la propia idea de progreso.

La ciencia o el progreso no redimen al hombre, remarca Benedicto XVI, y esto es evidente para todos: el hombre se redime a través del amor. Por lo tanto, los que no conocen a Dios, aunque tengan muchas esperanzas, en el fondo no tienen esperanza ninguna sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. El Concilio debatió fuertemente sobre dos puntos importantes que afectan a la esperanza de la humanidad: la cuestión de la guerra, su legitimidad y valor, y la organización de la comunidad internacional.

En estas y en otras cuestiones fundamentales la propuesta conciliar tiene el valor de conformarse con las cosas imperfectas, caminar en el mundo de lo posible, y llama a volver a empezar y entregarse al futuro con humilde confianza en Dios y en el hombre hecho a su imagen. El papa Francisco ha resumido con una fuerza extraordinaria y una claridad inédita esta propuesta del Concilio Vaticano II con la fórmula: «el tiempo es superior al espacio», sabiendo que darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios.

Para la edificación de la paz, Gaudium et Spes señala la importancia de las organizaciones internacionales. Es necesario que estas cooperen y se coordinen mejor y más firmemente y se estimule sin descanso la creación de organismos que promuevan la paz. El planteamiento es el de la opción por el multilateralismo: Decía san Juan Pablo II que las Naciones Unidas está llamada a ser modelo de las instituciones internacionales: Centro moral, en el que todas las naciones del mundo se sientan como en su casa, desarrollando la conciencia común de ser, por así decir, una “familia de naciones”. A lo que el papa Francisco añade: “Es necesaria una reforma «tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones».

La aportación de Francisco se ha dibujado de manera clara en la llamada Economía de Francisco y el concepto de hermandad mundial, en un momento de una progresiva pérdida de poder de los estados nacionales, en la que además la dimensión económico-financiera, con caracteres transnacionales, tiene tendencias a prevalecer sobre la política.

Gaudium et Spes apuntaba en esta misma línea que hace falta valentía y generosidad para establecer libremente objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas. Para que esto sea realmente útil, se debe sostener la exigencia de mantener los acuerdos suscritos, de manera que se evite «la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho. Esto requiere fortalecer la resolución pacífica de las controversias de modo que se refuercen su alcance y su obligatoriedad.

Este es precisamente el papel de la diplomacia pontificia, que ha desarrollado siempre una especial atención al diálogo, poniendo en el centro al ser humano. La acción diplomática de la Santa Sede no se conforma con observar los acontecimientos o con evaluar su alcance, ni siquiera puede ser solo una voz crítica. Está llamada a actuar para facilitar la coexistencia y la convivencia entre las distintas naciones, para promover esa fraternidad entre los pueblos. El término fraternidad es sinónimo de colaboración activa, de verdadera cooperación, unánime y ordenada, de una solidaridad estructurada en favor del bien común y del de los individuos. Y el bien común, como sabemos, tiene varias relaciones con la paz.

La Santa Sede, en esencia, trabaja en el escenario internacional, no para garantizar una seguridad genérica (siempre más difícil en estos tiempos), sino para apoyar una idea de paz que es fruto de relaciones justas, de respeto de las normas internacionales, de defensa de los derechos humanos fundamentales, sobre todo los de los últimos, los más vulnerables.

Además de la acción en el escenario internacional y precisamente para llevarla a cabo, es necesario también replantear el sistema económico mundial. Indicando los objetivos más urgentes para la construcción de la comunidad internacional, el n. 85 de la Gaudium et spes enumera una lista de prioridades en ámbito económico, después de las puramente políticas que ya hemos señalado. Exhorta a una profunda cooperación internacional en el orden económico. Porque, aunque casi todos los pueblos han alcanzado la independencia existen todavía excesivas desigualdades y dependencias inadmisibles.

Entre estas prioridades, señala el Concilio cuatro puntos:

– que el fin del progreso de un pueblo es la perfección humana de sus habitantes;

– además los pueblos ya desarrollados tiene obligación grave de ayudar a conseguir ese fin;

– la comunidad internacional debe regular y estimular el desarrollo para que se invierta con eficacia y equidad;

– por último, sugiere la necesidad de revisar las estructuras sociales y económicas.

Para esta revisión, san Juan Pablo II en Sollicitudo Rei Socialis señala que bajo ciertas decisiones, aparentemente inspiradas solamente por la economía o la política, se ocultan verdaderas formas de idolatría: dinero, ideología, clase social y tecnología. Por eso la situación actual es de sometimiento a estructuras de pecado que impiden el desarrollo de los pueblos. El cambio de las reglas de juego es imprescindible, empezando por las finanzas. Hace falta reinventar, reequilibrar o integrar el concepto de capitalismo, con la finalidad de hacerlo más humano e inclusivo. Las nuevas normas o las nuevas reglas tienen que pensarse con prudencia y equidad, con una adecuada escucha de todas las partes interesadas, sobre todo los que serán las primeras víctimas de sus efectos.