Gaudium et spes
La sociedad de los hombres
1. La Iglesia en el mundo actual (GS 1-3), de Giovanni Cesare Pagazzi.
2. El gran tema del sentido de la vida (GS 4), de Manuela Tulli.
3. La sociedad de los hombres (GS 23-32), de Gianni Cardinale.
4. Autonomía y servicio (GS 33-45), de Francesco Antonio Grana.
5. La familia (GS 47-52), de Andrea Tornielli.
6. La cultura (GS 53-62), de Fabio Marchese Ragona.
7. La economía y las finanzas (GS 63-72), de David Hillier.
8. La política (GS 73-76), de Franca Giansoldadati.
9. El diálogo como instrumento (GS 83-93), de Ignazio Ingrao.
10. La paz (GS 77-82), de Nina Fabrizio.
3. La sociedad de los hombres (GS 23-32)
En la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, los padres sinodales sintetizan las pautas para las relaciones mutuas entre los hombres y para vivir en sociedad según el plan de Dios.
El verdadero desarrollo está en la comunidad que se establece entre las personas y que exige respeto mutuo de la plena dignidad humana
El título de este capítulo, “La sociedad de los hombres”, sintetiza las pautas que los padres sinodales ofrecen, para las relaciones mutuas entre los hombres y para vivir en sociedad según el plan de Dios.
Esas pautas se recogen en seis principios de la vida social: Responsabilidad, bien común, diálogo, igualdad, justicia social y participación. Sus advertencias sobre lo que atenta contra la vida, también siguen teniendo vigencia hoy.
Para el Concilio, es importante proponer estos principios porque “entre los principales aspectos del mundo actual hay que señalar la multiplicación de las relaciones mutuas entre los hombres”, que ha favorecido el progreso técnico.
Otros conceptos, entre ellos el de “ecología integral”, han ido madurando en las últimas décadas y han sido actualizados por el magisterio de los Papas. En concreto, las encíclicas del papa Francisco Laudato sí’ y Fratelli tutti tiene sus raíces en este documento conciliar. También referencian estas páginas el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y el Catecismo de la Iglesia Católica.
Gaudium et Spes señala que el verdadero desarrollo no está en el progreso por sí mismo, sino en la comunidad que se establece entre las personas y que exige respeto mutuo de la plena dignidad humana. El texto conciliar pone en el centro a Dios que ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos.
La Gaudium et Spes se inspira en este concepto para argumentar que el desarrollo de la persona y el crecimiento de la sociedad se condicionan mutuamente. En efecto, “el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social”.
La vida en sociedad consolida las cualidades de la persona y garantiza sus derechos, pero también conlleva dificultades, pues las circunstancias sociales en que la persona está inmersa desde su infancia le pueden inducir al mal. Es lo que el Concilio denomina “perturbaciones sociales” que derivan de la soberbia y el egoísmo de los hombres, pero también de las tensiones propias de las estructuras económicas, políticas y sociales. Con esta reflexión, los padres conciliares muestran que la índole relacional conlleva una responsabilidad: lo que cada hombre hace, para bien o para mal, afecta al resto de la comunidad.
Gaudium et Spes introduce un principio central en la doctrina social de la Iglesia, el del «bien común». La constitución pastoral subraya que todo grupo social debe tener en cuenta el bien común de toda la familia humana y pone el foco en la dignidad de la persona, con sus derechos y deberes universales e inviolables.
Promover el bien común significa facilitar el acceso a todo lo que necesita para vivir una vida verdaderamente humana. Para la Iglesia, detalla, representa respetar a la persona de manera que cada uno debe considerar al prójimo como otro yo.
Los padres conciliares también advierten sobre lo que atenta contra la vida: homicidios, genocidios, aborto, eutanasia y “el mismo suicidio deliberado”. Sobre lo que viola la integridad de la persona: mutilaciones, torturas morales o físicas, o los “conatos sistemáticos para dominar la mente ajena”. Y sobre lo que ofende la dignidad humana: condiciones infrahumanas de vida; detenciones arbitrarias; deportaciones; esclavitud; prostitución; trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes. Prácticas que “degradan la civilización humana” y “son totalmente contrarias al honor debido al Creador”.
Otra palabra nueva que se introduce en este capítulo es diálogo. Y lo hacen recurriendo a un principio de fe cristiana en concordancia con las palabras de Jesús. Tras el concilio, los Papas y la Santa Sede han abierto la Iglesia a este diálogo a 360 grados con todo el planeta. Diálogo en la misma Iglesia católica; con las demás confesiones cristianas; con el judaísmo y otras religiones; o con los que están lejos de cualquier Dios, sean agnósticos o ateos.
El Concilio también habla de igualdad porquesi todos los hombres son creados a imagen de Dios tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Por eso, reclaman, es contraria al plan divino toda forma de discriminación en los derechos fundamentales de la persona por motivos de sexo, raza, color, condición social, lengua o religión.En este contexto, se erige a favor de la plena igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. En este texto se encuentra brevemente todo el desarrollo futuro en la mayor valoración de las mujeres en el ámbito eclesial.
En consecuencia, las desigualdades económicas y sociales son denunciadas porque son contrarias a la justicia social, la equidad, la dignidad de la persona y a la paz social e internacional. Así, exhorta a las instituciones a ponerse al servicio de la dignidad del hombre, a luchar contra cualquier esclavitud social o política, y a respetar “bajo cualquier régimen político, los derechos fundamentales del hombre”.
Los padres conciliares identifican la “ética meramente individualista” como el principal obstáculo hacia la búsqueda de la justicia social. Y advierten sobre los que profesan generosas opiniones, pero viven sin cuidar de las necesidades sociales y menosprecian las leyes sociales. El Concilio también aquí hace un listado con algunas de las normas civiles que se eluden a menudo, como soslayar los impuestos justos u otros deberes para con la sociedad o subestimar ciertas normas de la vida social.
Como antídoto para el individualismo propone la responsabilidad y la participación. Es necesario que todos participen, cada uno según el lugar que ocupa y el papel que desempeña, en promover el bien común.
Los padres conciliares dedican las últimas páginas de este capítulo a la “comunidad humana”. La mirada vuelve a centrarse en Jesucristo y en la teología del Verbo encarnado como fundamento del esfuerzo que realiza cada fiel para construir una sociedad más humana, basada en la solidaridad.
Desde el comienzo de la historia de la salvación Dios ha elegido a los hombres como miembros de una determinada comunidad. Esta “índole comunitaria” se consuma en la obra de Jesucristo. Y por el “don de su Espíritu” constituye “una nueva comunidad fraterna” que se realiza “en su Cuerpo, que es la Iglesia”, en la que todos “deben ayudarse mutuamente según la variedad de dones que se les hayan conferido”.
Esta es la teología en la que se basa el compromiso de los cristianos en el mundo, que se manifiesta a través del cumplimento de sus deberes familiares y sociales y en la solidaridad ofrecida a los que se encuentran en un momento de necesidad, tanto a nivel personal como comunitaria.