Sacrosanctum Concilium

Vivir la liturgia en la parroquia

3. Vivir la liturgia en la parroquia (SC 40-46)

En la Constitución dedicada a la liturgia, Sacrosanctum Concilium, los padres conciliares reflexionan sobre cómo vivir la liturgia en las comunidades parroquiales.

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En la comunidad parroquial la liturgia debe ser amada, profundizada, cuidada, promovida, y explicada 
para que muchos fieles participen fructuosamente de la alabanza a Dios

La liturgia es una de las experiencias más importantes y sabrosas que pueden vivir las comunidades cristianas y se sitúan además en el centro y en el corazón de su vida. Es quizá la única capaz de cumplir múltiples funciones: sabe alimentar la mente, tocar el corazón, suscitar emoción y conmoción, mover al asombro que es premisa auténtica e importante para la fe, llevar a la caridad, aportar motivaciones y fuerza para vivirla heroicamente.

La liturgia se encuentra hoy en día ante una especie de encrucijada y fácilmente puede llevar a caminos incompatibles: ser fascinante si se celebra y se vive en su verdad; ser repelente si se celebra sin motivación, con desgana o con aburrimiento.

Repensar la liturgia a la luz de estos fenómenos es por tanto un deber a todos los niveles de la vida comunitaria y es deseable porque el centro y el corazón de la Iglesia y de su culto es el encuentro y la conversión personal junto con la conversión comunitaria a Cristo.

La liturgia es una realidad que hay que vivir en un contexto comunitario específico al que llamamos parroquia. Ella es la manifestación más visible de la Iglesia que ora, aquí y ahora. Al igual que la liturgia, la parroquia es fácilmente identificable en el edificio de la iglesia en el que la comunidad celebra normalmente el culto de Dios.

Como cuerpo que celebra a Cristo, Cabeza, la parroquia es el lugar privilegiado donde los cristianos ponen sus propios dones en comunión, comparten lo que se es y lo que se puede dar, asumen las fatigas y pobrezas de los demás y donde, alimentándose de Cristo en la liturgia, se convierten como él en don, signo y sacramento del Señor. La liturgia allí celebrada, sobre todo en los tres momentos importantes, es decir, el «año», el «día» y la «cena» del Señor, es el primero y principal camino de fe del creyente y la Iglesia.

Es importante recordar que la liturgia es un medio, no un fin; pero es un medio importante porque a través de la liturgia la salvación de Dios se hace participable y participada, hasta el punto que podemos decir que, en la liturgia, nos hacemos contemporáneos de Jesús. A través de ella, el agua viva de Cristo puede llegar a los creyentes de todos los lugares y de todos los tiempos.

Es cierto que la forma de la celebración ha ido cambiando en el tiempo, pero lo que es inmutable es la función que la liturgia, celebrada por cada comunidad, debe cumplir: no busca complacerse a sí misma ni a las modas populares, sino busca poder presentar la Iglesia esposa a su Esposo, el Señor. Por lo tanto, el modo de celebrar pide un diálogo provechoso y fecundo entre Iglesias locales e Iglesia universal, para que queden bien protegidos tanto el espíritu de fe de cada comunidad como la Tradición apostólica garantizada por la Iglesia de Roma.

Ese esfuerzo de respeto entre unos y otros recibe el nombre de inculturación, que busca volver a traducir la intencionalidad de la celebración cristiana en el contexto cultural que se vive en el presente. Para ello hay que darse cuenta de que está realizando una operación cultual y cultural muy seria. En este sentido, las comisiones de liturgia pueden realizar un gran servicio para la vida litúrgica de una parroquia. Ellas han de trabajar con toda la comunidad y promover la educación litúrgica y el compromiso ante la celebración de toda la comunidad y de todas las comunidades. Su papel no es el de sustituir u ocultar la vida litúrgica de la comunidad sino el de respaldarlo e impulsarlo, también mediante un sabio y necesario discernimiento en relación con quien dirige esa comunidad.

En la comunidad parroquial la liturgia debe ser amada, profundizada, cuidada, promovida, y explicada para que muchos fieles participen fructuosamente de la alabanza a Dios. Hay cinco puntos que permiten una liturgia bien celebrada en la parroquia:

El cuidado del canto en las celebraciones. Cada canto ha de tener calidad en su composición, en su letra, en su ejecución; tiene que tener también dignidad, una lógica en la celebración y ser ejecutado en el momento oportuno.

– Un segundo punto es el cuidado de la acogida. En cada celebración un elemento característico debe ser la acogida a los que vienen a participar de la vida comunitaria.

– El cuidado de los ministerios y servicios: por ejemplo, en el servicio del altar, en la proclamación cualificada y relevante de la Palabra de Dios, recogiendo los dones, distribuyendo la Eucaristía o apoyando el canto

– En el cuidado del templo y de los espacios litúrgicos, de modo que quien entra en la iglesia esté inmediatamente provocado y llamado a vivir el Misterio de la fiesta o del tiempo que se celebra.

– Y por último, y sobre todo, el cuidado de las personas: cada uno, cuando entra en la celebración debe tener la sensación verdadera de no ser un anónimo, sino una persona única e irrepetible, esperada y amada en esa comunidad.

No obstante, entre todas las parroquias, hay un templo que, precisamente por su carácter único e irrepetible, ejerce una fascinación irresistible en las personas y las comunidades de una diócesis que exige una enorme responsabilidad de ejemplaridad. Es la catedral. La catedral tiene el deber de suministrar a las parroquias de la diócesis una ejemplaridad positiva y propositiva, paciente y al mismo tiempo acuciante.

Por último, si pensamos en la calidad litúrgica de una parroquia y de una celebración hay elementos que no son neutros sino que pueden elevarla o destrozarla. Por ejemplo, la calidad de la música que debe ser genuinamente religiosa y que encuentra en el canto gregoriano una de las cimas nunca superadas por ser insuperable. Siervas de la liturgia son la armonía y esta profesión de fe activa que es el arte en sus distintas formas: La arquitectura es celebración de Dios, la escultura, la pintura y todas las llamadas «artes menores» pueden ayudar o dificultar la participación de la comunidad parroquial en el misterio celebrado.