Dei Verbum

La Tradición

2. La Tradición (DV 7-10)

Los padres conciliares reflexionan en la Constitución dogmática sobre la Divina Revelación, Dei Verbum, sobre la Tradición en la Iglesia.

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Los padres conciliares describen la Tradición como una iniciativa de Dios que 
quiso que todas las generaciones después de Jesucristo conocieran su Evangelio

La tradición es uno de los temas más importantes para entender el presente. Sin tradición no existiría la historia, no se podría comprender el momento que vivimos ni el futuro y la misma tradición es un incentivo al verdadero progreso y desarrollo.

En un contexto cultural cada vez más carente del sentido de la historia como maestra de vida, a la propia religión le resulta imprescindible volver a proponer el valor normativo de la tradición. Es una propuesta de “responsabilidad creativa” que encuentra fundamento en el pasado, pero con la obligación de crear en el presente sin ceder a la nostalgia, sino más bien impregnados de esperanza. En este contexto, la religión tiene la exigencia de conservar lo que merece la pena y de transmitir con mayor convicción lo que se ha recibido.

La Iglesia tiene su propia Tradición que brota del Evangelio y se ha enriquecido a lo largo de los siglos por la reflexión y la oración de los cristianos. Se podría decir que todo lo que poseen hoy los cristianos pertenece y ha sido transmitido por ella. En el centro está Jesucristo, el corazón palpitante de la fe cristiana, revelador del Padre por medio de quien recibimos al Espíritu Santo. A partir de ello brotan innumerables conocimientos que la Tradición ha sabido mantener unidos y coherentes, y que en el tiempo se han convertido en patrimonio de la fe de toda la Iglesia.

El segundo capítulo de la Constitución Dei Verbum aborda el tema de la Tradición: en qué consiste, cómo se interpreta, qué contenidos le pertenecen; si se puede modificar, en qué condiciones. Estos argumentos pertenecen a la vida cotidiana de la Iglesia de nuestros días.

Dei Verbum explica que hay una sola fuente de la revelación que es la Palabra de Dios. Por tanto, no existen dos fuentes por las que los cristianos conocen su fe, la Sagrada Escritura y la Tradición, sino que surgen de una sola: la Palabra de Dios. Los padres conciliares describen la Tradición como una iniciativa de Dios que quiso que todas las generaciones después de Jesucristo conocieran su Evangelio.

La Tradición trae consigo la predicación apostólica de la Palabra de Dios y comunicar los bienes divinos para que el anuncio sea eficaz. Dos momentos que son inseparables entre sí y que convierten la Tradición en un aspecto fundamental para la vida de la Iglesia. En esta fase inicial, los apóstoles son los primeros ministros de la Palabra de Dios, y reconocen su primacía sobre cualquier otra actividad.

Los Apóstoles, al transmitir lo que ellos mismos han recibido, advierten del deber de conservar las tradiciones que han aprendido y de combatir por la fe que se les ha transmitido de una vez para siempre. Lo que transmitieron los Apóstoles abarca todo lo que contribuye a que el Pueblo de Dios lleve una vida santa y crezca en su fe; y así la Iglesia, en su doctrina, vida y culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que ella es, todo lo que cree.

Por eso, la Tradición comporta la presencia de dos aspectos complementarios: uno de conservación y otro de evolución. Ambos aspectos entran a veces en conflicto en la vida de la Iglesia cuando unos tienden sobre todo a salvaguardar la integridad del «depósito de la fe», mientras otros apelan a la exigencia de llegar a la plenitud de la verdad. Sin embargo, ninguna de las dos ha de sacrificar nada; la Dei Verbum enseña que el Magisterio está llamado a ejercer su ministerio conservando y evolucionando de manera que el anuncio del Evangelio sea capaz en cualquier tiempo de suscitar la respuesta de fe

Se trata en definitiva de conservar con dinamismo la doctrina, la vida y la liturgia de la Iglesia que se ha transmitido desde los tiempos de los apóstoles de generación en generación. No es un complejo de doctrinas que los apóstoles comunicaron de modo secreto y de forma no escrita. Al contrario, expresa la «regla de la fe» enseñada de forma pública y conservada para que la «voz viva del Evangelio» no deje nunca de resonar en el corazón de las personas.

Esta Tradición que procede de los apóstoles progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo. Así, la Iglesia, con el correr de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina hasta que en ella se consumen las palabras de Dios. Por esta Tradición, se da a conocer a la Iglesia el canon íntegro de los libros sagrados, y en ella las mismas sagradas letras se entienden más profundamente y se hacen constantemente eficaces. Y así Dios, que se reveló en el tiempo, conversa sin interrupción con la Iglesia. Y en esa conversación, la Iglesia busca en el mundo, conducir a los creyentes a la verdad.

Toda la Iglesia es cadena de transmisión de la tradición: Los pastores tienen la responsabilidad de mantener las enseñanzas de los apóstoles y de sus sucesores, pues, junto a todos los creyentes, tienen el encargo de conservar intacta la Tradición. Y esta Tradición está viva porque la verdad que contiene se mantiene viva gracias a las personas que con una obra concreta de interpretación, crecimiento, adaptación e integración desarrollan la verdad del depósito de la fe.

La Palabra de Dios debe seguir teniendo su impronta original, única e inagotable del sentido que Jesús le imprimió con toda su persona al querer revelar el misterio de la Trinidad y ofrecer la salvación a la humanidad. Este criterio necesita ser encontrado siempre de nuevo y ser conservado y transmitido de forma fiel. El presente de la Iglesia asume todo su valor significativo solo si es capaz de transmitir el patrimonio recibido, haciéndolo vivo y capaz de ser confiado al futuro de nuevas generaciones como la herencia prometida.