Gaudium et spes

La paz

10. La paz (GS 77-82)

En estos últimos números de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, los padres sinodales hacen una llamada de atención a la humanidad para esa búsqueda de la paz.

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Para romper la espiral del odio es necesario cambiar de actitud desde el corazón. 
Es necesaria la conversión, una revolución de valores basada en el amor

La necesidad de la paz y la fraternidad, así como de la interdependencia mutua de los unos con los otros en el mundo contemporáneo, son temas que trataron los padres conciliares en la constitución Gaudium et spes. Los obispos hablaron de las esperanzas y angustias por las que estaba atravesando la humanidad. 

En el Concilio Vaticano II, cuando en los años 60 se iniciaba la redacción de la Gaudium et spes, destacaron que cada día era más fuerte esa mutua interdependencia en el mundo de hoy. Pero este aspecto, lleva en muchas ocasiones al estallido de los conflictos bélicos.

El mundo está interrelacionado y se desencadenan luchas cada vez más por los recursos y las materias primas. Estos conflictos están fomentados asimismo por las consecuencias nefastas de la miseria, de virus y epidemias, como hemos podido constatar también en la actualidad más reciente.

Los obispos afirmaron en la Constitución conciliar que “nunca ha tenido la humanidad tanta abundancia de riquezas, de posibilidades y poder económico, y, sin embargo, todavía una enorme parte de la población mundial se ve afligida por el hambre y la miseria. Jamás tuvieron los hombres un sentido tan agudo de su libertad como hoy, y sin embargo surgen nuevos tipos de esclavitud social y psicológica”.

Con palabras proféticas, los padres conciliares explicaban que el mundo, aunque busca la unidad, es arrastrado cada vez más por agudas discordias políticas, sociales, económicas, «raciales» e ideológicas, y no falta el peligro de una guerra capaz de destruirlo todo.

Por estas nefastas consecuencias, los padres conciliares hacen una llamada de atención a la humanidad para esa búsqueda de la paz. La guerra siempre rompe vidas, porque rompe los sueños, los trabajos y los esfuerzos, las esperanzas de un futuro mejor. En todas las guerras se interrumpen vidas y los niños y jóvenes son los que más alto precio pagan en los conflictos armados. Las guerras impiden la paz, la justicia y la fraternidad.

La crisis de los misiles en Cuba en 1962 fue un momento crítico en la Guerra Fría, donde el mundo estuvo muy cerca de una catástrofe nuclear. La Iglesia y, concretamente, el papa Juan XXIII tuvieron un papel fundamental en una guerra que fue finalmente evitada.

El “Papa bueno” se dirigió por radio al mundo con un mensaje rotundo a los jefes de Estado y a todas personas de buena voluntad para que hicieran todo para salvar la paz:

“La Iglesia – subrayo Juan XXIII- se preocupa más que nada por la paz y la fraternidad entre los hombres. Trabaja incansablemente para consolidar estos bienes. A este respecto, hemos recordado los graves deberes de quienes ostentan la responsabilidad del poder”.  En plena tensión de la crisis de Cuba, este mensaje del Papa fue decisivo.

En este sentido, se apela a la conciencia de cada uno en la lucha por la paz. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario de hombre, en el que está solo con Dios. En lo profundo de su conciencia el hombre descubre la ley de Dios, en cuya obediencia está la dignidad humana. Su cumplimiento consiste en el amor a Dios y al prójimo.

Este poder de la conciencia en la lucha por la paz es muy grande. Muchos hombres han elegido el camino de la paz, a pesar de las consecuencias, incluso de ser asesinados porque permanecieron fieles a los ideales de su fe hasta el final.

Para romper la espiral del odio, que solo genera más odio, es necesario cambiar de actitud desde el corazón. Es necesaria la conversión, una revolución de valores basada en el amor. La paz impulsa a servir a la verdad.