Gaudium et spes

La familia

5. La familia (GS 47-52)

En estos números de la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, los padres conciliares destacan el valor de la familia.

¡Escúchalo en Podcast!
 La familia es una aventura única y apasionante. Requiere valor, paciencia e humildad. 
Esa humildad que antepone el “tú” por el “yo”

El Concilio Vaticano II define la familia como la primera célula social y el primer entorno en el que se aprende y se vive la fe. La familia es, además, la primera escuela, el primer hospital y la primera Iglesia doméstica.

La Iglesia parte de que la familia es una inversión para el bien del país, y en consecuencia, de la sociedad. Por eso, la Gaudium et Spes señala el valor y la necesidad de las ayudas a las familias. Asuntos como la maternidad y la paternidad deben de ser ejes centrales en las políticas sociales. De esta manera, podrán ofrecer incentivos a las familias de forma proporcional al número de hijos que tengan.

La sociedad actual tiene cada día menos matrimonios e hijos. Pero todavía es posible revivir la esperanza de la familia a través de la fe, que considera la familia como un recurso inagotable.

El Concilio afirma que la familia es una comunidad de vida y amor conyugal fundada en el matrimonio, basado en el consentimiento libre y personal de los novios. La promesa de “para siempre” en el matrimonio es parte de nuestra naturaleza y responde al deseo del corazón humano. La encíclica Gaudium et spes reitera que el consentimiento matrimonial es irrevocable y procede de la ley divina. El vínculo sagrado del matrimonio es fundamental para el bien de los hijos y las sociedades.

¿Todo esto significa que es imposible el fracaso? No. La Iglesia reconoce que el fracaso matrimonial es posible, pero que la separación solo debe ser un recurso extremo en casos de violencia, injusticia o explotación.

La Iglesia también acoge a parejas en dificultad, separados y divorciados y les asegura que no son excluidos de la comunidad. El papa Francisco enfatiza que deben ser tratados con amor y comprensión.

Los fracasos, las dificultades y nuestro vivir en un tiempo en el que los vínculos parecen siempre más frágiles, hacen que sea todavía más importante el testimonio cristiano sobre la belleza de la familia.

En el centro de la familia, están los hijos. El matrimonio está ordenado a la procreación y a la educación de los hijos. La apertura a la vida es una misión del matrimonio. Las familias numerosas, aunque tengan dificultades económicas, son fuente de alegría y dan testimonio del Evangelio.

El matrimonio tiene como fin la mutua entrega de los esposos, la felicidad de ambos, y no solo traer hijos al mundo. Aunque los hijos no lleguen, sigue siendo una comunión para toda la vida.

El amor conyugal es un acto humano único e incondicional. Se expresa y se desarrolla a través de los actos sexuales honestos y dignos. Las relaciones sexuales refuerzan el amor conyugal y ayudan a salir de uno mismo y a centrarse en el otro. Sin embargo, en la sociedad actual, la sexualidad se presenta como la búsqueda del placer individual.

La Iglesia ha reflexionado sobre la sexualidad y el erotismo en el seno del matrimonio desde san Juan Pablo II hasta el papa Francisco. Este último, en su exhortación “Amoris Laetitia” afirma que la sexualidad es un lenguaje interpersonal que debe ser visto como un Don de Dios que embellece el amor entre cónyuges. De hecho, el amor entre ellos, puede profundizarse con el tiempo, incluso cuando el cuerpo cambia su apariencia.

La naturaleza humana ofrece la opción de métodos naturales para el control de la fertilidad. Estos se basan en el cálculo de los períodos fértiles de la mujer para evitar temporalmente un nuevo embarazo, respetando la ley moral. Respecto al aborto, la posición del Concilio es muy clara. Dios es el dueño de la vida y una vez concebida, hay que defenderla y protegerla. El aborto es un crimen.

Gaudium et Spes reivindica también la igual dignidad entre hombres y mujeres. Y, aunque se ha avanzado mucho en la igualdad dignidad de hombre y mujer, todavía existen mentalidades machistas. El Concilio afirma la promoción social de la mujer, y explica que una auténtica promoción viene de la libre elección de la madre de trabajar o no fuera de casa.

La familia es el principal medio de transmisión de la fe y del anuncio evangélico a través del testimonio y ejemplos concretos de vida de los padres.

La vida cristiana de los cónyuges es fundamental para educar a sus hijos en la fe y ayudarlos a encontrar su camino hacia la santidad. Antes de las catequesis, los hijos necesitan el ejemplo de sus padres en los primeros pasos de la vida de la fe. Hoy, el testimonio diario de los cónyuges cristianos es más importante que nunca debido al avance de la secularización.

Los hijos también, que han recibido la vida, la educación y la primera catequesis cristiana, contribuyen a su vez a la santificación de sus padres. Los primeros tienen el deber de estar agradecidos por todo lo que sus padres y madres han hecho, entregándose y sacrificándose por ellos; y cuando sean mayores, y a su vez necesitarán ayuda y cuidados, sabrán devolver lo que recibieron.

El Concilio también habla sobre la soledad de la viudedad. Los padres conciliares piden que se honre a quienes pierden a su cónyuge. Muchos padres solos y familias en dificultad reciben ayuda espiritual y material de otras familias cristianas convirtiéndose en misioneras de Jesús y la Iglesia. Este acto de ayuda mutua entre familias sin vínculos es un milagro. En sociedades individualistas, la solidaridad entre familias y la ayuda mutua tienen un fuerte impacto misionero. Familias abiertas a acoger, que brindan escucha y ayuda a sus vecinos, representan un primer testimonio cristiano, sin necesidad de palabras, sino con acciones concretas y cercanía.

En conclusión, la familia es una aventura única y apasionante. Requiere valor, paciencia e humildad. Esa humildad que antepone el “tú” por el “yo”.