Subsidio para la oración comunitaria (septiembre)

La Iglesia en oración

AMBIENTACIÓN

Se puede colocar en el centro un icono de la Virgen, acompañado de varias velas encendidas, que simbolizan la Iglesia en oración junto con María. También unas barritas de incienso que se irán encendiendo en la tercera parte.
Los textos que se proponen, se irán intercalando con música y con momentos de silencio.

(Quien guíe la oración puede ofrecer estas pautas al inicio, para ayudar al recogimiento):

-Toma una postura relajada que te ayude a centrarte, a situarte desde dentro: la espalda recta, los ojos cerrados o mirando al icono o a una vela, la planta de los pies en el suelo, las manos pueden estar apoyadas en el regazo…

-Poco a poco, toma conciencia de tu respiración, de tu cuerpo, de tu interior para estar en ti.

-Centra ahora tu atención en Jesús, en su presencia amorosa en ti y en todo.

Nos dice Teresa de Jesús: “No os pido ahora que penséis en él, ni que saquéis muchos conceptos, ni que hagáis grandes y delicadas consideraciones con vuestro entendimiento; no os pido más de que le miréis. Pues, ¿quién os quita volver los ojos del alma -aunque sea un instante, si no podéis más- a este Señor?” C 26, 1-5

(Se guarda un momento de silencio)

MONICIÓN

Nos hemos reunido aquí como la primera Iglesia, junto a María, la madre de Jesús, para perseverar en la oración, escuchando la Palabra de Dios, abriéndonos a su Espíritu, para que Cristo nos fortalezca en la fe, en la esperanza y en el amor. Y así, unidos y fortalecidos, podamos ser testigos gozosos de su presencia viva entre nosotros, llevando su Evangelio allá donde vayamos.

 (Canto contemplativo o música suave para introducirnos en la oración)

I   PARTICIPANDO DE LA VIDA DE DIOS

 “Te pido que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí.  Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos». Cf Jn 17, 21-26

Jesús durante toda su vida se empeñó por crear a su alrededor una comunidad humana siempre en crecimiento, donde las personas fueran estrechando entre ellas lazos de fraternidad, aprendiendo a vivir como hermanos y construyendo así el Reino de Dios.

Esto supone que el Cuerpo de Jesús se va ampliando al irnos integrando a su propia vida en una especie de espiral cada más grande, por la que todos vamos participando en la vida de Dios. Pero es necesario nuestro consentimiento y el ser nosotros mismos acogida para otros, al igual que Cristo nos acoge a nosotros.

(El texto siguiente puede ser recitado por varios lectores, según las estrofas, de manera pausada)

ALEGRÍAS PROCEDENTES DE LA MONTAÑA

En todos los recodos de las calles hay pequeñas guerras,
como hay grandes guerras
en todos los recodos del mundo.

En todos los recodos de nuestra vida
podemos hacer la guerra o la paz.

Y para hacer la guerra
es para lo que nos sentimos peligrosamente constituidos.

Nuestro vecino se convierte enseguida en nuestro enemigo,
a no ser que sea nuestro hermano.

Pues los bienes yuxtapuestos de los amigos
se estorban con frecuencia el uno al otro;
mientras que los hermanos
han de compartir y administrar conjuntamente
los bienes de su padre.

Por eso solo los hijos de Dios
son totalmente pacíficos.

Para ellos la tierra es una casa de su Padre del Cielo. 
Todo lo que hay sobre la tierra, y el mismo suelo,
le pertenece.
Sí, verdaderamente, la tierra es una casa de su Padre.
No desprecian ninguna habitación, ningún continente,
ni ninguna minúscula isla, ni ninguna nación,
ni ningún patio; ninguna de esas habitaciones,
que son las plazas, las aceras, las oficinas,
las tiendas, los muelles, las estaciones…
Tienen que crear en ella el espíritu de familia.

Cada mañana, cuando van por la calle, se maravillan
al ver con sus ojos carnales a todos estos hermanos
a los que solo encontraban, desde siempre,
en la espesura de la fe.

No pueden separarse de ellos,
ni tratarlos como extraños;
la propiedad de un asiento resulta discutible;
las propiedades comerciales
mucho menos intransigentes.

Las distinciones sociales se tambalean.
Las categorías de los valores humanos
se vuelven frágiles.

Pocas diferencias caben frente a ese título común
de hijo de Dios.

                                    (Madelaine Delbrêl)

II   TU LUGAR EN LA IGLESIA

Lectura de la 1 carta a los Corintios, 12, 12-31

“Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.  Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.  Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?  Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?  Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?; si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato?  Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso.  Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo.  El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios.  Y los miembros del cuerpo que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan. Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, para que así no haya división en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros.  Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él.  Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro.  Pues en la Iglesia Dios puso en primer lugar a los apóstoles; en segundo lugar, a los profetas; en el tercero, a los maestros; después, los milagros; después el carisma de curaciones, la beneficencia, el gobierno, la diversidad de lenguas. ¿Acaso son todos apóstoles? ¿O todos son profetas? ¿O todos maestros? ¿O hacen todos milagros? ¿Tienen todos don para curar? ¿Hablan todos en lenguas o todos las interpretan?  Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.

(Se guarda un momento de silencio para meditar sobre la palabra de Dios que acabamos de escuchar)

Ante esta carta de san Pablo, leemos el comentario que hace Teresa de Lisieux y cómo en ella encontró su vocación:

“…Siento en mí otras vocaciones: siento la vocación de GUERRERO, de SACERDOTE, de APÓSTOL, de DOCTOR, de MÁRTIR. Siento, en una palabra, la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas acciones…

¡Jesús, Jesús! Si fuese a escribir todos mis deseos, tendrías que prestarme tu libro de la vida; en él están consignadas las acciones de todos los santos, y ésas son las acciones que yo quisiera haber realizado por ti…

Como estos deseos constituían para mí durante la oración un verdadero martirio, abrí una de las epístolas de san Pablo, a fin de buscar en ellas una respuesta. Mis ojos toparon con los capítulos XII y XIII de la primera epístola a los corintios…

Leí, en el primero, que no todos pueden ser apóstoles, profetas, doctores, etc…; que la Iglesia está compuesta por diferentes miembros, y que el ojo no podría ser, al mismo tiempo, mano…

Sin desanimarme, seguí leyendo, y esta frase me reconfortó: Buscad con ardor los dones más perfectos; pero voy a mostraros un camino más excelente”. Y el Apóstol explica cómo todos los dones, aun los más perfectos, nada son sin el amor… Afirma que la caridad es el camino excelente que conduce con seguridad a Dios.

La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que, si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no le faltaría el más necesario, el más noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón estaba ardiendo de AMOR.

Comprendí que sólo el amor era el que ponía en movimiento a los miembros de la Iglesia; que, si el amor llegara a apagarse, los apóstoles ya no anunciarían el Evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre…

Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y lugares… En una palabra, ¡que el AMOR ES ETERNO!

Entonces, en el exceso de mi alegría delirante, exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío!… Por fin, he hallado mi vocación, ¡MI VOCACIÓN ES EL AMOR!

Sí, he hallado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, ¡Oh Dios mío! Tú mismo me lo has dado…: en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor… ¡¡¡Así lo seré todo…, así mi sueño se verá realizado!!!”.

(Podemos meditar sobre la llamada que Dios nos ha hecho a cada uno y, si queremos, compartir brevemente con el grupo:

¿Qué deseos profundos anidan en mi corazón? ¿He encontrado mi puesto en la Iglesia o sigo buscándolo? ¿Hay alguna Palabra del Señor que haya marcado especialmente mi vida?)

II   ORAMOS POR TODA LA IGLESIA

Jesús nos dijo “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18,20), y sabemos que allí siempre está la Iglesia reunida en el nombre de Jesús, así como estamos ahora reunidos nosotros. En el misterio de la comunión de los Santos existe una vinculación espiritual que traspasa el espacio y nos une a todos los hermanos en todas las Iglesias particulares del mundo. Por este motivo es muy bonito recordar en nuestras oraciones a nuestros hermanos y rezar por cada Iglesia.

(Podemos a cada intención encender una barrita de incienso que, como se dice en el Apocalipsis, su humo simboliza la oración de los fieles que se eleva hasta Dios).

  1. En primer lugar, rezamos por el Papa Francisco a quien Jesús dijo: “tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt. 16, 18), para que se sienta siempre sostenido por el Espíritu y pueda ser guía y vinculo de comunión entre todas las Iglesia en el mundo.
  2. Pedimos a Dios por las personas que tienen que vivir su fe a escondidas, por las que viven en lugares de minoría cristiana, que no siempre tienen espacios y lugar para el culto divino, para que se sientan fortalecidas por el Espíritu y acompañadas y sostenidas por las oraciones y el cariño de los hermanos de fe.
  3. Rezamos por las comunidades eclesiales que viven en lugares donde hay guerras, violencia, persecución, donde la gente tiene miedo de expresar su fe, donde es difícil encontrar sacerdotes o religiosos, y los pocos que hay están muy cargados. Para que sepan unir sus padecimientos a los de Cristo y testimoniar con valentía su cristianismo, luchando para abrir caminos de paz y reconciliación.
  4. Tenemos también un recuerdo para las Iglesias más jóvenes, donde nuestros hermanos han recibido el anuncio del Evangelio en tiempos recientes, que están empezando a caminar en la fe, para que puedan, con la ayuda del Espíritu, transformar el inicial entusiasmo en fidelidad, constancia y valentía para caminar detrás del Señor y anunciar su Reino.
  5. Por las Iglesias de nuestra Europa, que viven a menudo el cansancio, la vejez, la falta de vocaciones y el influjo del secularismo, para que puedan descubrir en la pobreza del momento presente la renovada gracia de Dios, que transforma la debilidad acogida y amada en verdadera fuerza de nueva evangelización, y socorrer, al mismo tiempo, con sus riquezas materiales, las Iglesia más necesitadas, creando verdaderos vínculos de comunión fraterna.
  6. Por todos los que trabajan en la construcción de nuevas iglesias, para que encuentren acogida espiritual y material y puedan experimentar la fecundidad de la semilla de mostaza y la fuerza de la levadura que obra a través de la pequeñez y pobreza reconocidas y asumidas con fe, esperanza y caridad.
  7. Por los miembros de la Iglesia acusados, manchados, heridos por su errores y pecados, para que emprendan caminos de verdadera purificación y humildad y sepan reconocer sus culpas, pedir perdón y abrirse a la misericordia de Dios, aprendiendo así a recibir y donar misericordia a cada hombre y mujer que se acerca, sin prejuicio.

PADRENUESTRO (Podemos unir nuestras manos y rezar así la oración que Jesús nos enseñó).

ORACIÓN DEL JUBILEO


Padre que estás en el cielo,
la fe que nos has donado en
tu Hijo Jesucristo, nuestro hermano,
y la llama de caridad
infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo,
despierten en nosotros la bienaventurada esperanza
en la venida de tu Reino.

Tu gracia nos transforme
en dedicados cultivadores de las semillas del Evangelio
que fermenten la humanidad y el cosmos,
en espera confiada
de los cielos nuevos y de la tierra nueva,
cuando vencidas las fuerzas del mal,
se manifestará para siempre tu gloria.

La gracia del Jubileo
reavive en nosotros, Peregrinos de Esperanza,
el anhelo de los bienes celestiales
y derrame en el mundo entero
la alegría y la paz
de nuestro Redentor.
A ti, Dios bendito eternamente,
sea la alabanza y la gloria por los siglos. Amén.


CANTO A MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA