La oración que Jesús nos enseñó: “Padrenuestro”
Resumen
Escucha en este podcast un resumen del octavo texto de los Apuntes sobre la oración: “La oración que Jesús nos enseñó: “<Padrenuestro>”.
“Todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensidad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en el Padrenuestro”.
Solo Jesús podía transmitir a sus discípulos esta oración, síntesis de todo su Evangelio. La Iglesia la ha señalado en el transcurso de los siglos de modos diversos: «Oración dominical», «Oración del Señor». Para los cristianos sigue siendo simplemente el Padrenuestro, la oración que Jesús mismo nos enseñó. Lejos de cualquier fórmula, aquí se encuentra el corazón de la relación con Dios, todo lo que el cristiano experimenta en lo profundo de su corazón. Esta es la oración de cada creyente y de toda la Iglesia que experimenta de este modo la presencia perenne del Espíritu que da vida.
Son muchísimos los comentarios a la oración del Señor que atraviesan los dos mil años de nuestra historia. Desde Tertuliano hasta el papa Francisco es posible llevar a cabo una numerosa reseña que pone de manifiesto el interés permanente por esta oración que persiste en su aspecto único.
El Padrenuestro, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «Abre a dimensiones de su Amor manifestado en Cristo: orar con todos los hombres y por todos los que no le conocen aún para que “estén reunidos en la unidad”. Esta solicitud divina por todos los hombres y por toda la creación debe ensanchar nuestra oración en un amor sin límites». En este podcast seguimos la oración del Padrenuestro en los cuatro evangelistas y en san Pablo, con sus diversas aportaciones.
El Padrenuestro nació y se formó en la experiencia de la Iglesia primitiva. A principios del siglo II encontramos que «la oración del Señor» ya se utilizaba en la liturgia de la Iglesia primitiva en una formulación similar a la actual. Aunque su fórmula litúrgica solo se encuentra en los evangelios de Mateo y en Lucas, Marcos, Juan y Pablo, también dejan ver en sus evangelios y en sus cartas el contenido principal del Padrenuestro.
Los antecedentes de Marcos
En el evangelio de Marcos se pueden identificar algunas sugerencias importantes que la preparan abiertamente. De manera importante la relevancia que se da en este evangelio a la oración: los discípulos son animados a dirigirse a Dios con la máxima confianza y confidencia; y se les recomienda esperar todo de Dios como si ya lo hubieran obtenido al pedirlo.
La convivencia con Jesús, el «estar con Él», típico del Evangelio de Marcos, hace surgir de forma gradual en los discípulos la necesidad de acudir al Padre y prepara por decirlo de algún modo, un espacio de acogida, que es la necesidad del perdón. Lo dice así: «Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas».
Los discípulos debieron conmoverse de manera particular cuando Jesús, en el culmen de su pasión interior en Getsemaní, pidió a Dios el cumplimiento de su voluntad como don supremo, alcanzando así la cima de la oración de todos los tiempos. En este momento especialmente dramático, los discípulos notan con sorpresa que Jesús se dirige a Dios llamándolo Padre y utilizando la terminología de la ternura familiar: se les quedó impreso el término arameo Abba: es la invocación, hecha de confianza y de conexión, con la que los niños se dirigen a su padre en la esfera familiar. Y es la única vez que encontramos el término en el ámbito de los Evangelios.
La formulación de Mateo
En Mateo, el Padrenuestro aparece en el contexto del sermón de la montaña, un programa relativamente completo de la práctica cristiana basada en las bienaventuranzas. La oración cristiana en Mateo aparece como un diálogo marcado por una intensa intimidad filial que se desarrolla entre el cristiano y Dios. Se entiende de inmediato precisamente por ser un diálogo entre sujetos.
Por eso, la oración del Padrenuestro no es enseñada como una fórmula fija. Aunque luego se convertirá en fija en el uso litúrgico de la comunidad de Mateo y más tarde de la comunidad cristiana primitiva, el Padrenuestro constituye una cuadrícula estimulante y de referencia que ilumina y guía el desarrollo de la oración y de la vida. Reducirlo a una fórmula significaría rebajar y quizás desnaturalizar su valor.
La expresión Padre nuestro nos habla de una familia que gira alrededor del padre, de su diligencia, habilidad, sabiduría. Y la primera petición que se le hace, que su nombre sea santificado, expresa el deseo de que su santidad se realice y se extienda en su gran familia cristiana. La petición del pan está en el centro de las siete peticiones de la formulación de Mateo. Y también la que parece más característica del cristiano que se dirige a Dios como Padre: es propio del padre dar el pan a los hijos. Pero el pan es también un símbolo. Evoca todo lo que tiende a hacer que la vida familiar no sea solo posible, sino también agradable. Se trata de la ropa, de la vivienda, en resumen, se trata de todo lo que está alrededor, aunque sea secundario con respecto al alimento y que contribuye a hacer que la vida pueda ser de verdad vivida con serenidad y dignidad.
También Hay una exigencia de «familia» por parte de Dios Padre. Para poder invocar a Dios como Padre, el cristiano tendrá primero que tender la mano a sus hermanos. Se diría que Dios rechaza ser invocado fuera de este ámbito de familia y rechaza a quien quiera alcanzarlo en solitario excluyendo a los demás. Por eso pedir perdón al Padre implica perdonar a los hermanos. En Mateo, el Padrenuestro termina con dos peticiones en torno al pecado: la liberación de la tentación y del Mal. En el fondo, ambas son una llamada al realismo de la situación precaria del cristiano.
El Padrenuestro en san Pablo
San Pablo no formula el Padrenuestro pero en dos ocasiones insiste en llamar a Dios Abba Padre. Se trata de una invocación que tiene lugar en el ámbito de la liturgia, como indica el verbo característico utilizado: «clamamos». La asamblea siente la necesidad de expresar en voz alta una invocación que la conecta directamente con el Padre. Según algunos expertos, se trataría precisamente del rezo en voz alta del Padrenuestro.
Según este testimonio de Pablo, los cristianos se atreven a dirigirse a Dios haciendo suya la intimidad familiar señalada por la expresión Abba que Jesús se había reservado a Él mismo. Hay un tema que Pablo desarrolla de manera particular en sus cartas en relación al Padrenuestro, el tema de la voluntad de Dios. La voluntad de Dios como contenido objetivo está totalmente condensada en Cristo. Lo que Dios quiere lo encontramos expresado en Cristo, en sus enseñanzas, en su comportamiento, en su persona. El Espíritu tomará este «material en bruto» concentrado en Cristo y se preocupará de «anunciarlo» al cristiano en cada momento y en cada situación.
También pone su acento en las cartas en el “líbranos del mal”. El apóstol afirma que el cristiano deberá tener frente a quien le hace mal una actitud constructiva, hasta dar de comer y de beber a su propio enemigo; y afirma con decisión que el cristiano es siempre y solo deudor de amor: «A nadie le debáis nada, más que el amor mutuo».
En resumen, los elementos del Padrenuestro también pueden reconocerse en san Pablo. Se encuentran en un estado fluido que sin embargo podríamos llamar incandescente. La dimensión inequívocamente litúrgica en la cual se sitúa la invocación de «Abba-Padre» nos lleva también, si no necesariamente a la fórmula del Padrenuestro, sí a un fragmento de oración equivalente. Podríamos decir que se da una especie de desplazamiento: de la formulación litúrgica a la vida cristiana, de la vida cristiana a la formulación.
El Padrenuestro en Lucas
En Lucas también se observa una fórmula del Padrenuestro, en un contexto de deseo de aprender de Jesús. Mientras Mateo la coloca en el Sermón de la Montaña, en el contexto de una oración que evite la palabrería pagana, Lucas da algunas referencias más concretas relacionadas con la actitud de Jesús. Jesús ora. Para hacerlo, a menudo se retira a lugares solitarios aislándose también de sus discípulos. Estos se dan cuenta de ello, aprecian el comportamiento del Maestro y son impulsados a imitarlo. Así, le piden: «Señor, enséñanos a orar». La respuesta de Jesús les involucra. Les dice: «Cuando oréis, decid». Y esta expresión presupone una voluntad de oración decidida, seria y comprometida por parte de los discípulos.
La santificación del nombre de Dios y la venida de su reino adquieren una nitidez particular. La santificación del nombre es también aquí la difusión de la santidad personal propia de Dios dentro de la comunidad cristiana. El reino cuya presencia se desea cerca es el que ya se ha vislumbrado en Mateo, quizá con un énfasis en su movimiento hacia la conclusión al final de los tiempos.
En lo relativo al pan, Lucas subraya la cotidianidad. Mientras Mateo insiste en el pan que es pedido «hoy», Lucas explicita añadiendo «danos cada día nuestro pan cotidiano». Se trata de un matiz importante. Es decir, se pide que Dios nos conceda el pan según el plan establecido por Él mismo, con respecto a la continuidad de la vida que se desarrolla día a día.
Por último, en Lucas encontramos una simplificación de la última pregunta que atañe a la tentación y al maligno. La parte de «líbranos del maligno» cae y solo permanece la petición de «no nos dejes caer en tentación». La liberación del maligno está ya contenida en la petición de no quedarse atrapados en la tentación. Es como decir: la tentación se dará y podrá también tener, siempre que se salga de ella, una finalidad positiva. Pero se necesitará un apoyo especial de Dios que se obtiene con la oración, para que esta tentación, inevitable de hecho, no se convierta en una trampa mortal.
El Padrenuestro en Juan
Una oración que haga pensar directamente en la del Padrenuestro no aparece documentada en el campo de los escritos de san Juan. Se habla indudablemente de oración, se insiste en la oración de dirigirse al Padre en el nombre de Jesús, se subraya asimismo la oración que se dirige a Jesús mismo y pide en su nombre, pero no encontramos una oración dirigida directamente por los cristianos al Padre. En cambio, sí encontramos una oración dirigida precisamente al Padre y expresada directamente por Jesús: es el capítulo 17 del evangelio de san Juan.
Esta oración al final del Evangelio hace visible la relación entre Jesús y el Padre que se resalta de manera totalmente particular en esta oración, pero que empieza antes y se aprecia en todo el cuarto Evangelio. Toda la vida de Jesús está regulada por el Padre. Podríamos decir que se dirige en la luz del Padre en cada momento en oportuna reciprocidad: «El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace». Y el amor mueve al Padre a mostrar al Hijo lo que hace y que el Hijo aceptará como voluntad del Padre.
En ese capítulo 17, al que nos hemos referido, La oración de la «hora» se desarrolla en tres círculos concéntricos. En el primero, Jesús habla al Padre de sí mismo, pide su glorificación para poder a su vez glorificar al Padre entregando así a los hombres lo que el Padre le ha dado: la vida eterna. En el segundo círculo concéntrico, Jesús habla al Padre de sus discípulos: estos han recibido del Padre la manifestación del «hombre». Jesús pide al Padre que se ocupe siempre en relación con «tu nombre, a los que me has dado», de manera que ellos, compartiendo la realidad del Padre y de Jesús, «sean uno, como nosotros». En el tercer círculo, la oración de Jesús al Padre abarca a todos los que creerán en Él. Jesús transfiere en ellos su «gloria». Por consiguiente, serán todos, al igual que los discípulos, «uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti».
En resumen, el Padrenuestro es una fórmula. La Iglesia ha privilegiado la forma de Mateo que es la más articulada y se ha impuesto en el uso litúrgico. Esta fórmula es analizada y resumida en sus siete peticiones: se hace constantemente referencia a ellas. En la oración de la Iglesia, cada una de las siete peticiones es esencial, aunque no sea necesaria presentarlas todas simultáneamente. Esta fórmula es una condensado de vida. Confluyen en ella los valores de fondo que la experiencia de la Iglesia ha madurado y ha desarrollado en su historia, de manera análoga a lo que encontramos en las comunidades paulinas y en las correspondientes a los Evangelios.